LLOP i BAYO, Francesc - Las campanas y la torre de San Gil de Zaragoza: otra destrucción patrimonial

Las campanas y la torre de San Gil de Zaragoza: otra destrucción patrimonial

Las cuatro campanas menores vistas desde la mayor - Autor: LLOP i BAYO, Francesc
Las cuatro campanas menores vistas desde la mayor - Autor: LLOP i BAYO, Francesc (29-06-1971)

Me duele escribir este texto, no solamente porque me lleva a mi ya lejana juventud, sino porque se trata de otro caso más de destrucción de torres, campanas y toques ocurrido en Aragón.

Por motivos profesionales me trasladé a Zaragoza en 1971, e inmediatamente me puse en contacto con los campaneros que aún quedaban en activo en la ciudad. Así pude conocer tocando a los campaneros de la Seo, de San Felipe y de San Gil.

El caso de San Gil era especial, ya que para subir a la torre había que pasar por la casa de los sacristanes. Ellos repicaban y bandeaban las dos campanas pequeñas, un rato antes de la misa mayor de la parroquia. Si las notas no me fallan documentamos, a nuestro modo, ese conjunto de campanas el 29 de junio de 1971.

En aquellos tiempos yo no tenía ni cámara de fotos, ni máquina para grabar sonidos (y menos aún películas o vídeos, que no se habían inventado), así que tomé unas cuantas notas y dibujos, que luego transcribiré.

La torre era un instrumento musical parroquial de Zaragoza. ¿Qué quiero decir con ello? Que cumplía las normas, seguramente no escritas, de las torres campanario de las parroquias de la ciudad: dos campanas grandes y dos pequeñas, que se utilizaban para los diversos toques. Había un campanillo más, ubicado en el centro de la torre, y que en tiempos pasados se utilizó para llamar a los campaneros y avisarles de los momentos de comenzar y finalizar los toques.

Estuvimos presentes en un repique – bandeo – repique, con las dos pequeñas, pero esto era ya el final de la tradición, aunque se conservaban las normas aragonesas de repicar antes y después de bandear (que es nuestra forma de denominar el volteo, igual que se denomina en todo el Valle del Ebro). Las dos grandes se tocaban a badajo, pero estaban inmovilizadas, cada una en su ventana (así como las dos pequeñas, juntas, en el otro lado estrecho de la torre).

Este conjunto se repetía en casi todas las parroquias o antiguas parroquias de la ciudad: San Nicolás, San Carlos, San Miguel de los Navarros, Santa Cruz, Altabás, por decir algunas. Y la forma habitual era repicar las dos pequeñas, que no se solían bandear, sino tocar a medio bando para los difuntos, y tocar las grandes dejándolas pingadas – esa era la expresión – entre toque y toque para las llamada al coro diarias, dominicales o festivas. Porque antiguamente todas las parroquias hacían coro, por la mañana y por la tarde, anunciados con el correspondiente y diferenciado toque de campanas.

Incluso, para las fiestas mayores (San Gil, Navidad, Pascua, Corpus y seguramente ninguna más) lo habitual era bandear solamente la campana mayor, con una soga que se enrollaba al brazo y a la palanca de bandeo, mientras que el ayudante tocaba la otra grande con el pie y las dos pequeñas al compás de la campana que giraba. No era más que repetir, en sus posibilidades, el mayor toque festivo de las Catedrales de Zaragoza, con el bandeo de la campana mayor en el centro de la torre y el contrapunto de las otras graves con el pie y las pequeñas con las manos.

La ubicación de las campanas en el exterior de la torre correspondía a dos necesidades diferentes pero complementarias: una musical y otra simbólica. Las campanas en las ventanas suenan más, y se nota cuando bandean, en los dos sentidos como en Zaragoza, porque un golpe suena dentro de la torre y el otro fuera, de modo que consiguen el ideal de los antiguos campaneros: comunicar sin aburrir ni aburrirse, ya que todos los toques son parecidos pero siempre suenan distintos.

Pero también correspondía a un mensaje simbólico. Ciertamente las torres parecían minaretes y habían sido construidas por mudéjares, esto es por musulmanes en tiempos posteriores a la conquista cristiana. Pero eran torres cristianas, y por tanto la campana, visible, era una muestra palpable de su origen y finalidad. No eran minaretes reaprovechados; por el contrario, eran torres hechas para sonar y para mostrar, desde lejos, que eran campanarios cristianos. Este signo visual era extremadamente importante en la Corona de Aragón. Es sabido que la Corona de Castilla iba despejando los territorios conquistados de los antiguos pobladores, manteniendo a veces sus antiguos edificios y dándoles un nuevo uso (como la famosa Mezquita de Córdoba, ahora Catedral).

En la Corona de Aragón, por el contrario, convivieron cristianos y musulmanes durante muchos siglos, y precisamente para marcar de manera clara los edificios y los paisajes sonoros, se utilizaban las campanas visibles y audibles, una manera de integrarse a la civilización europea cristiana.

Es bien cierto que en la Europa al norte de los pirineos las campanas no se “ven” pero no necesitan expresar su creencia y su integración europea; nosotros, por el contrario, con las campanas sonando y visibles, en edificios aparentemente islámicos, mostramos al mundo nuestra pertenencia a esa cultura cristiana europea.

Nuestra inexperiencia profesional en aquel momento nos impidió leer apenas una sola inscripción de las cinco campanas (o mejor dicho, de la manera tradicional, cuatro campanas y un campano, o sea la pequeña de señales). Solamente supimos leer la inscripción de una de las campanas pequeñas, que decía SAN GIL AÑO DE I824. Pero hicimos unos dibujos que recogían, me temo que para siempre y sin otro testimonio complementario, la ubicación de las campanas y la forma de sus yugos y herrajes.

Distribución de las campanas en la torre: las cuatro mayores en las ventanas y el campano en el interior - Autor: LLOP i BAYO, Francesc
Distribución de las campanas en la torre: las cuatro mayores en las ventanas y el campano en el interior - Autor: LLOP i BAYO, Francesc (29-06-1971)

Yugo de una de las campanas pequeñas - Autor: LLOP i BAYO, Francesc
Yugo de una de las campanas pequeñas - Autor: LLOP i BAYO, Francesc (29-06-1971)

Nos chocó, viniendo de otras tierras más próximas al mar y por tanto más cálidas, que esas campanas tenían la parte exterior limpia y perfectamente legible, mientras que la parte recayente al interior de la torre y sobre todo la parte interna de la campana estaban cubiertas de una espesa costra que no sólo impedía leer las inscripciones sino que seguramente afectaba a su sonoridad. Luego supimos que era un problema de calefacciones, que el carbón quemado con sus componentes ensuciaba e incluso afectaba a las partes interiores, menos lavadas por la lluvia.

La “restauración” de la torre

La torre fue restaurada, en tiempos recientes, siguiendo un modelo habitual de intervención arquitectónica, que busca no sé qué pureza original, y que desvirtúa, si no destruye, los valores originales del monumento, es decir su capacidad sonora como instrumento musical, y su capacidad simbólica como elemento visual.

Lo primero que hicieron fue abrir todas las ventanas: había algunas cegadas, aparentemente para que los campaneros no tuvieran frío (eso dicen las explicaciones superficiales) pero en realidad que servían de caja de resonancia de la torre. Las ventanas abiertas hacen la torre más frágil y ligera, pero destruyen la sonoridad original. Además permiten aún más la entrada de aves, convirtiendo la sala de campanas en un gran estercolero.

Pero aún hay más: las campanas desaparecieron, como en todos los demás casos, de los ventanales de la torre, justificando que su presencia “dañaba las estructuras y afeaba la visión”. Por lo general, ubicadas en el interior, fijas, ya no corresponden al modo aragonés, mejor aún, al modo parroquial zaragozano de tocar. Las campanas cambiadas de sitio, probablemente inmovilizadas, hacen ruido, pero no corresponden ni al modo tradicional ni a la acústica que tuvo esa torre durante siglos.

Ciertamente no se trata de tocar los mismos toques que hacían los antiguos. O mejor, se trata de tocar esos toques adaptados a nuestras necesidades actuales. Porque del mismo modo que mantenemos elementos inmuebles y muebles, como parte del pasado, también debemos conservar aquellos otros inmateriales, inmuebles, que nos religan aún más, si cabe, a nuestra historia. En el caso de las campanas este ejemplo es aún más dramático: la campana es el único instrumento musical que mantiene su idéntica sonoridad a lo largo de los siglos, pero su capacidad musical, es decir su resonancia, la velocidad de oscilación, la reverberación, incluso la difusión de su sonido, dependen de la ubicación y de las instalaciones y accesorios (yugos de madera o metálicos, colocadas en alto o en bajo, en el exterior o en el interior de la torre...).

Por tanto claro que se trata de tocar como los antiguos, ya que ese lenguaje, que iba asociado a la torre, sus campanas y sus instalaciones, es un elemento tan patrimonial, aunque efímero, como el propio campanario, sus campanas, las imágenes del templo o sus archivos.

Principios de restauración

Hay tres principios que deben tenerse en cuenta para que se considere una correcta restauración de una torre, sus campanas y sus toques, principios que pudimos aplicar en la reciente restauración de la Torre Alta de la Plaza (o de las campanas) de la Basílica del Pilar:

Vayamos primero con el tercer punto: ¿por qué es importante hacer posibles los toques manuales? Pues muy fácil: porque las campanas, tocadas a mano, son no sólo expresión de participación en la comunidad, sino también expresión humana. Es decir, unos motores, por bien que estén programados, no son más que una máquina de hacer música, mientras que unas personas que tocan – que tocamos – expresan, a través de su esfuerzo y de su arte, las emociones de la comunidad a la que llaman. La diferencia entre una máquina y un campanero es evidente: una máquina debe tocar siempre del mismo modo, a no ser que tenga una avería; un campanero debe tocar siempre de manera diferente, como decíamos antes, para no aburrir ni aburrirse.

Los otros dos puntos están también relacionados entre sí: no es posible recuperar los toques tradicionales si no se instalan las campanas del modo en que estaban colocadas originalmente. ¡Qué importancia tiene? Toda. Decíamos al principio que las campanas estaban colocadas al modo de parroquia zaragozana. Pongamos diferentes modos de ordenación de campanas según los lugares de Aragón. Por ejemplo, en la diócesis de Jaca lo habitual es que haya también cuatro campanas, dos grandes y dos pequeñas, pero tanto la mayor como las dos pequeñas están fijas, colgadas de una viga, mientras que la mediana es la que puede bandear. Dijimos que el toque festivo de Zaragoza era el contrario: bandeaba la mayor, mientras repicaban las otras tres. En la diócesis de Huesca lo habitual era bandear todas las campanas, menos la pequeña, que estaba fija. Incluso, en muchos pueblos aún es normal bandear las dos campanas existentes de manera alternada, de modo que el toque es continuo. En la diócesis de Teruel también era habitual bandear la mayor y repicar las otras, aunque en tiempos recientes, si había gente y si estaban en buen estado las campanas, bandeaban todas.

Este toque no se daba en Zaragoza (aunque ahora es el que suele utilizarse, con exclusividad, en las parroquias mecanizadas) más que una sola vez al año, para la noche de Pascua, en el Pilar. Siempre se combinaba el bandeo con el repique, y en cualquier caso el repique (o sea, las campanas fijas moviendo con sogas los badajos) precedía y finalizaba el toque.

Pero la sonoridad no consiste sólo en las campanas, que son, por poner un ejemplo, las cuerdas de la guitarra que es la torre. Torre, ubicación de las campanas, forma de los yugos, todo eso determinaba una sonoridad peculiar. Decían los hijos del tío Simeón Millán, que fue el último y muy famoso campanero del Pilar, que la “disposición” de las campanas determinaba la manera de tocarlas y permitía hacer con ellas unos u otros toques. Ubicando las campanas dentro de la torre se pierden dos elementos sustanciales del campanario: su imagen sonora y su imagen visual.

No podemos decir, por tanto, que la reciente intervención arquitectónica en San Gil fuera una restauración. Fue una ejecución, en el sentido más literal de la palabra, del instrumento musical que conformó la vida de su territorio parroquial durante siglos. La torre parece otra, es más parece un minarete, en vez de un campanario mudéjar aragonés, que ni suena ni se parece a su aspecto anterior.

Otra destrucción patrimonial consentida, y me temo que irreversible.

Francesc LLOP i BAYO es doctor en antropología, funcionario jubilado de la Generalitat Valenciana, autor del Inventario de las Campanas de las Catedrales de España por encargo del Ministerio de Cultura y uno de los campaneros de la Catedral de València.

LLOP i BAYO, Francesc

(22-12-2014)

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