Las campanas siempre han tendido un lenguaje con el que se ha manifestado o anunciado a las gentes algún motivo especial. Esos tañidos dentro del horario del día iban desde el alba hasta ánimas, pasando por el de aviso para la misa (primero, segundo y tercer toque), ángelus, vísperas y oración. Sin embargo, en momentos especiales las campanas con su broncíneo sonido alcanzaban a más, como cuando advertían de algún peligro o catástrofe con su toque a rebato, o anunciaban una luctuosa noticia o el inminente funeral con su lúgubre quejido a muerto. Sin embargo, si bien al decir que echamos «las campanas al vuelo» se intenta justificar alborozo, celebrar algo o mostrar júbilo, cuando se habla de repique de campanas viene a ser lo mismo en señal de alegría y de fiesta. Son muchos los programas de festejos en los que aparecen como primer acto o inicio de la jornada festiva la consabida frase «repique general de campanas». Tañido éste que también suele acompañar la llegada de personajes ilustres a una población, manifestando con ello el alborozo de sus gentes. Esto se puede traducir de forma material a la alegría que debieron de vivir los oriolanos con la llegada del nuncio apostólico de Su Santidad, Federico Tedeschini, acompañado por el obispo de Madrid-Alcala Leopoldo Eijo y Garay el 19 de julio de 1930, para consagrar al día siguiente en la iglesia de San Agustín como obispo de Badajoz, al áspense José María Alcaráz Alenda, que hasta hacía poco había sido canónigo penitenciario de la catedral de Orihuela.
Ese repique de campanas es comparable a lo que nos decía 'El Pueblo de Orihuela' de la citada fecha: «Esta ciudad milenaria es serena y reposada como las aguas de su río. Solamente se agita cuando se exalta su sentimiento profundamente religioso». Tradicionalmente, así ha sido y vivido a lo largo del tiempo por la visita de un nuncio. De ellas, vamos a fijarnos en dos que se produjeron en 1942 y 1944, siendo el protagonista Cayetano Cicognani, nuncio en España entre mayo de 1930 y diciembre de 1953. El motivo de las visitas fue muy distinto: la primera con ocasión de la celebración del segundo centenario de la fundación del Seminario por el obispo Juan Elías Gómez de Terán. La segunda para la consagración del oriolano Luis Almarcha Hernández como obispo para la sede de León. En esta última, arribó a nuestra ciudad en la tarde del día 23 de septiembre, acompañado por los obispos de Badajoz, Vitoria y Salamanca, José María Alcaráz Alenda, Carmelo Ballester Nieto y Francisco Barbado Viejo, respectivamente. Aunque el nuncio no deseó dar carácter oficial ni público a su entrada en Orihuela, al advertir su presencia por las calles fue acogida con aplausos, trastocándose el repique de campanas por las palmas y vítores de los oriolanos.
La primera de dichas visitas, estaba encuadrada dentro de un amplio programa que abarcaba desde el 7 hasta el 15 de diciembre de 1942. El nuncio en esta ocasión estuvo expresamente invitado por el obispo Javier Irastorza y Loinaz, el cual debido a su delicado estado de salud no pudo asistir a las Fiestas del Bicentenario del Seminario. Desde Madrid, llegó a Orihuela el 10 de diciembre acompañado por el auditor de la Rota José García Goldáraz, que después sería obispo de Orihuela y arzobispo de Valladolid. El representante vaticano fue recibido en el Santuario de Nuestra Señora de Monserrate por el Cabildo Catedral y las parroquias. Con él, desde los límites diocesanos venían acompañándoles entre otras autoridades, el vicario general de la Diócesis, Luis Almarcha Hernández. Al descender del coche fue interpretado el 'Himno Pontificio' por la Banda de Música Orcelitana, rindiéndole honores la Guardia Civil vestida de gala, mientras que todas las campanas de Orihuela «volteaban jubilosamente». En el Palacio Episcopal se le ofreció una recepción a la que asistió el Cuerpo Diplomático acreditado en la capital de la Provincia. Al día siguiente, se efectuó la fiesta principal en el Seminario, al cual el nuncio ascendió a pie, encontrándose la cuesta engalanada con guirnaldas y arcos triunfales. Allí, se celebró una misa pontifical y una velada literario-musical. El día 12, lo dedicó a visitar distintas instituciones oriolanas entre ellas: el Oratorio Festivo, los colegios de Santo Domingo y de Jesús María, el Asilo de Ancianos, la Fábrica de la Seda, la iglesia de Santiago, el convento de franciscanos, y la Federación de Sindicatos Católicos Agrarios en la que recibió un donativo de 10.000 pesetas para el «Dinero de San Pedro». Ese día, en la catedral, bendijo el cuadro 'Jesús con los leprosos' de Eduardo Vicente. Su visita al Excelentísimo Ayuntamiento fue memorable, pues es una de las ocasiones en las que la Gloriosa Enseña del Oriol se expuso en el balcón principal, sin que fuera el 17 de julio. El primer teniente de alcalde, José Calvet López en funciones de alcalde, lo saludó con «un bellísimo discurso de fondo, forma y dicción». Recuerdo haberle oído comentar a mi padre muchas veces, que fue muy emotivo y que lo pronunció teniendo sujeta la Gloriosa Enseña con un de sus manos. El martes día 15, monseñor Cicogniani partió para Madrid, «entre el ruidoso voltear de las campanas, que ahora por la tristeza de la despedida parecía que sonaban lúgubremente, y el aplauso mortecino del pueblo, que sentía ya la nostalgia de la despedida». Al fin y al cabo, repicaron las campanas.
GALIANO, Antonio Luis
Cronista oficial de la Ciudad
La Verdad (24-05-2013)
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