SERRANO, María Isabel - Los decibelios ahogan las campanas
Los decibelios ahogan las campanas
¿Quién no prefiere despertarse con el sonido de unas campanas en vez de con el impertinente y penetrante ruido de la taladradora de las obras de la calle? Pues eso. Parece que en Madrid no hay forma de conseguirlo. Campanas y campanarios se reparten por toda la geografía madrileña. Suenan, tañen, llaman a la oración... pero casi nadie puede escuchar sus sonidos porque los decibelios del ruido ambiental de la ciudad ahogan el repicar de estos artilugios, verdaderas obras de arte que cuelgan, presumidas y orgullosas, en los templos madrileños. Se calcula que en toda la región -capital incluida- hay unas 650 iglesias con sus respectivos campanarios.
«Todo templo, y más si contiene patrimonio histórico artístico, tiene sus campanas porque es lo que llama y convoca a los feligreses», indica a ABC José Félix de Vicente, arquitecto asesor general para el Patrimonio Cultural de la Archidiócesis de Madrid.
Todas a la vez
En esto de poder escuchar el tañido de una campana, la capital está en clara desventaja con las zonas rurales de la Comunidad. «En el centro mismo de la ciudad hay varias iglesias y muchos conventos. Tendrían que sonar todos a la vez para poder escucharlos... y aún así sería difícil porque si se está metido en una tienda, en unos grandes almacenes, en medio de los coches o de las obras no te enteras de que la parroquia está llamando a misa de doce», asegura De Vicente.
De lo que no hay duda, insiste este experto, es que las campanas sí siguen sonando, aunque nos parezca a todos lo contrario. Es cierto que se han perdido -y olvidado- muchos toques que, antiguamente, eran habituales como la llamada al Rosario o al Ángelus. Sí se mantienen, en la mayoría las parroquias históricas y céntricas de la capital, las llamadas a las misas, «pero, insisto: no se pueden escuchar bien. No es que no se llame a los fieles desde el campanario; es que, con el ruido de la calle, resulta casi imposible escuchar el repique de las campanas», se lamenta José Félix de Vicente.
Toque de difuntos
Por ejemplo, en la Real Iglesia Parroquial de San Ginés, con uno de los campanarios más esbeltos de la capital, sus cuatro campanas tocan a misa diez minutos antes de que ésta se celebre. Para la de las doce incluso se pone en marcha el carrillón. «Pero estamos en un antiguo arenal, en bajo, -de ahí la ubicación de este templo en la calle del Arenal-, y cuesta mucho trabajo escuchar las campanadas con tanto tráfico y tantas obras como hay en esta zona», asegura De Vicente.
El párroco de San Ginés, José Luis Montes, nos asegura que en muchas iglesias, sus campanas «todavía conservan el toque a difuntos. En realidad, las campanas son las pregoneras del misterio de la Cruz en la tradición cristiana». «Y cuando doblan a muerto -añade Montes- van marcando un soneto de pies quebrados. Y en este tañido se inspiró Jorge Manrique para legarnos el gran soneto con motivo de la muerte de sus padres».
Antigüedad y sonoridad
San Ginés, San Francisco el Grande, la Encarnación, Las Descalzas, La Almudena... Son templos que presumen de sus campanarios en el viejo Madrid. El ruido, insistimos, impide que podamos escuchar el precioso lenguaje de su repique. En otros barrios madrileños -fuera de la almendra central-, con iglesias mucho más modernas, también se han usado las campanas para llamar a los feligreses pero cada vez son menos frecuentes sus repiques porque algunos vecinos han terminado por quejarse. Debe ser que les molestan estos sonidos.
Las campanas -y campanarios- más antiguos de la Comunidad suelen estar en los pueblos, en especial los de la Sierra Norte. José Félix de Vicente recuerda, por ejemplo, las de Braojos, Montejo de la Sierra y Patones. «Esas son de las más antiguas y tienen un sonido que se escucha muy nítido y muy dulce».
Según este experto, las mejores campanas en cuestión de acústica nos las encontramos en localidades como Leganés, Getafe, Pinto o Valdemoro. «Son de muy buena construcción y, además, al estar en terreno llano, el sonido se extiende mejor, a través de muchos más kilómetros. Es una maravilla», dice.
Donación de los gallegos
En el noroeste de la región, sin embargo, la particularidad es que se trata de campanas denominadas espadañas, que son algo más pequeñas «pero que suenan muy bien al abrigo de las montañas», comenta De Vicente.
En cuanto a la capital madrileña, el decir popular asegura que uno de los campanarios más antiguos es, precisamente, el de la parroquia de San Ginés. Cuenta con cuatro campanas, de excelente sonido. La más «vieja» parece ser la que data de 1763 y lleva inscrito el nombre de San Miguel, como dedicatoria a este santo.
Punto y aparte es el campanario de la catedral de La Almudena. Cuenta con cuatro ejemplares donados por un grupo de gallegos residentes en Madrid quienes pensaron que sería «un bonito regalo» como muestra de agradecimiento al pueblo de la capital por la acogida que se les había dispensado. Se tuvo en cuenta, entonces, que Madrid era el mayor receptor de emigrantes gallegos y el principal mercado de productos gallegos. Además, los madrileños eran los peregrinos que más hacen el Camino de Santiago. De la fundición de estas cuatro campanas se encargó una empresa de la localidad pontevedresa de Arcos de la Condesa creada allá por el año 1630. Las campanas que salen de esta fábrica son conocidas mundialmente por su escala cromática, sonoridad, calidad y longevidad de sus creaciones.
Advocaciones
Cada una de estas cuatro campanas de la catedral de La Almudena está dedicada a las advocaciones más queridas de la Virgen en la capital madrileña. En ellas consta una leyenda grabada en su interior correspondiente a personas e instituciones clave en la finalización de las obras del templo. Por orden de tamaño, la primera está dedicada a Nuestra Señora Real de La Almudena y pesa 1.750 kilogramos. La segunda es para la Virgen de la Paloma y pesa 1.600 kilogramos. La tercera, en honor a la Virgen de Atocha, pesa 1.450 kilos y, por último, la más pequeña -con un peso de 1.300 kilogramos- es para Santa María de la Flor de Lis.
Y es que casi todas las campanas llevan inscrito el nombre de una virgen o de un santo, la fecha de su fundición y la iconografía de la imagen grabada, lo que hace de muchas de estas piezas verdaderas obras de arte.
De Vicente quiere hacer especial mención a la «joya» existente en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. «Allí -dice- se encuentra el carillón más importante de toda la comunidad madrileña. Cuenta con cerca de 80 campanas y campanillas con las que, incluso, se puede organizar un concierto. Es espléndido».
Ni sacristán ni monaguillo
Hoy ya no hace falta un sacristán o un monaguillo para tañer las campanas. Ellos se sabían todos los toques y las cadencias de los sonidos de ese lenguaje especial, «una especie de morse», dice De Vicente. Pero el tiempo no perdona y hasta nuestras campanas también ha llegado la tecnología. La mayoría están electrificadas -cuando no a merced de un ordenador-y con dar a un interruptor se ponen a funcionar tras haber seleccionado el toque.
«Hasta no hace mucho -señala José Félix de Vicente-, en Madrid se realizaban muchos toques. Los había a arrebato avisando de un fuego, o cuando se avecinaba una tormenta y había que poner el trigo a resguardo en las parvas... También se avisaba de un accidente grave que le podría haber ocurrido a un vecino. En Montejo de la Sierra, hasta hace bien poco, se tocaban las campanas para avisar que había llegado la furgoneta de la fruta o la del pescado. Era muy entrañable. En muchos pueblos todavía se rigen por los toques de sus campanas. Los más ancianos del lugar saben descifrar ese lenguaje, una especie de morse».
Se cortan la «melena»
Con ese mismo paso del tiempo que no perdona, las campanas han ido perdiendo una de sus partes más características. Se trata de la «melena», esa pieza de madera situada en la parte superior, pura artesanía, que servía de contrapeso a la hora del tañido. Con la pérdida del toque manual y el paso al eléctrico, esa «melena» ha dejado de ser de madera para estar hecha de metal. «En Leganés -explica De Vicente- se ha hecho un monumento con las «melenas» de las campanas, una vez que pasaron a ser metálicas. Ha sido una idea muy original».
Quizás, caminando por Madrid, escuchemos cualquier día, a lo lejos, un tañer de campanas. Lo siguen haciendo, no lo dude. Es cuestión de poner el oído. El sonido puede venir tanto de las esquilillas de un convento como de unas campanas parroquiales o de otras catedralicias con sus impresionantes carillones. Sepa que también en el mundo de las campanas existen rangos y categorías.
«Esquilones», «romanas» y alegres carillones
Entre los tipos de campanas, hay tres más frecuentes. En primer lugar, las llamadas «esquilones», con una aleación de bronce (78 por ciento de cobre y 22 por ciento de estaño plata). Su trazado es largo y sus grosores proporcionados. Los «esquilones» suelen reproducir notas y sonidos agudos.
En segundo lugar, los expertos recuerdan las «romanas», un tipo de campana con una aleación similar a la de los «esquilones». Su trazado es más corto y sus grosores tienden a ser desproporcionados: más gruesas en la parte inferior y más finas en su parte media y vuelta de hombros de la misma, aseguran los fabricantes. Las «romanas» suelen reproducir notas y sonidos más graves.
Algunos expertos incluyen entre los tipos de campanas a los alegres carillones. Se asegura que su composición es de 78 por ciento de cobre cátodo y 22 por ciento de estaño plata, muy similar a los dos tipos anteriores. Por lo general, se trata de campanas muy cortas y construidas para conseguir unos grosores bastante proporcionados. Los carillones son de sonido alegre y pueden interpretar partituras.